miércoles, 29 de febrero de 2012

prosa

Madrugar

     Tan tranquila la noche, hasta que el despertador odiado intenta desvelar tu alma; pero tú, cansado, matado y vago ni caso al sonoro aparato. Finalmente, cuando la alarma repite y repite su soniquete, y tu sueño se desvanece, te levantas de una vez por todas. Con los ojos cerrados, cegados de luz de sol, que atraviesa el ventanal, vuelves a la cama perfecta y acolchada. "A quien madruga, Dios le ayuda", dice el refrán; pero a las seis y media de la mañana, aunque tu mente esté desarrollada, no se te ocurre nada, ni esa frase currada, solo la idea de volver a la cama.

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