miércoles, 29 de febrero de 2012

Ángel de Martín Maurer

 Mi jardín

     El olor a tierra húmeda, fresca, limpia; el aroma de la delicada lavanda, la frescura del cítrico naranjo y las diamantinas lágrimas de los árboles, embriagaron mi jardín.  La lluvia acababa de cubrirlo con sus inimitables matices.  La musicalidad de cada aroma, independiente del resto, se unía hasta formar una suave y olorosa melodía. Las finas rosas salpicaban de aloque el  Edén, y la salvaje madreselva conquistaba los altos leños. Las flores se alzaron, con un estallido de color que  inundó todo. Ni siquiera los matices del pavo real podían igualar tal esplendor. Del vergel emanó el exquisito perfume de las hierbas aromáticas, tales como el eneldo o el tomillo, a las que se sumó las exóticas notas del extravagante curry. De pronto, como Artemisa surgida del Bosque, o Venus nacida del mar, cual cisne de madreperla y marfil; se abrió la mejor de las flores, mi mujer.  Azahares en sus aúreos cabellos engarzados tenía, por zafiros sus ojos, por rubí sus labios. El vaporoso vestido de soplo oscilaba suavemente, como suspiros soltados al aire. Me miró risueña, y la alcancé; y, juntando sus labios con los míos, la besé.

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